Gatecreeper es una de las bandas relativamente nuevas que han moldeado su sonido cavando las tumbas de los grandes dioses del Death Metal.
Emilio Jalil
Similar a bandas como Black Breath, Frozen Soul o Tomb Mold, estos arizonianos toman el clásico zumbido de las bandas de Death Metal sueco de primera generación y lo renuevan con putrefacta convicción.
Aunque bandas como Dismember todavía se arrastran por el plano terrenal, grupos como Gatecreeper han introducido el legendario sonido del extinto pedal HM-2 a una nueva generación de fans que quizás nunca pudieron ver a Entombed o a Grave en sus mejores épocas.
Chase Mason (voz), Erik Wagner (guitarra), Sean Mears (bajo), Metal Matt (batería) y el recién llegado Israel Garza (guitarra), han editado dos LPs del más rancio Death Metal de la vieja escuela, que sin duda invoca las almas en pena de aquellas épocas inolvidables entre 1987 y 1995, cuando todo el tiempo surgía una nueva banda con un sonido más aplastante que la anterior.
Este regreso es como un hacha de dos filos, que por un lado complace a la vieja escuela de fans del Death Metal y por otro lado recluta nuevos adeptos que por primera vez son expuestos al fétido olor del subgénero más brutal del Metal.
Su disco debut Sonoran Depravation, editado en el 2016, puso a pelar los dientes a los hordas sangrientas de sangre, tomando el poder del Death Metal sueco de los 90 pero arrastrando su cadáver hediondo hacia la actual década con total determinación, algo nuevo con olor a viejo.
Con apenas dos LPs en su cripta (el mencionado debut y el también excelente Deserted del 2019), además de varios EPs y Splits, Gatecreeper se perfilan para ser de los principales guardianes de las puertas del Death Metal de esta decadente década.