DEICIDE Más sabe el diablo por viejo.

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Emilio Jalil

Presencia constante no solo en esta revista, si no en el inconsciente colectivo del Death Metal universal, Deicide es ya un referente en la escena del Metal Extremo mundial. Difuminando la delgada línea entre el Death y el Black Metal (no hay que olvidar que originalmente, el Black Metal tomó su nombre de la temática oscurantista de las letras de ciertas bandas en los 80), los floridianos tomaron la influencia de bandas como Slayer,  Venom y Possessed y corrieron hacia el precipicio sin mirar atrás.

Atrás quedaron las épocas de los hermanos Hoffman, de Jack Owen y de Ralph Santolla en las guitarras, pero Glen Benton y Steve Asheim han cargado la infernal antorcha del Death Metal Satánico, siempre coherentes con su estilo musical y mensaje lírico. Todos los que entren aquí, abandonen toda esperanza.

Podemos entender la historia musical de Deicide en dos partes: Aquella en la que formaron parte de la Roadrunner Records (desde su mítico debut  homónimo de 1990 hasta el In Torment In Hell del 2001.), y aquella donde terminaron su relación laboral con dicha discográfica y fueron contratados por la inglesa Earache Records. Dicho cambio de aires vino a revitalizar a la banda, que en 2004 editó el explosivo Scars of The Crucifix y nunca soltaron el acelerador.

Todos los discos que ha sacado la banda desde ese entonces han sido salvajadas de blasfema grandeza. Desde la ya familiar bestialidad vocal de Glen Benton hasta los inhumanos malabares tamborileros de Asheim (en mi opinión uno de los bateristas más infravalorados en el Metal),  pasando por los ardientes riffs y solos (de quiénes sean los guitarristas en turno, hoy en día Kevin Quirion y Taylor Nordberg), la música de Deicide ha provocado que todos sus ardides publicitarios del pasado hayan quedado en segundo término.

Siempre controversiales, pero también confiables, Deicide son una banda de absoluto culto, odiados por unos y amados por otros, íconos fundamentales en la historia y desarrollo del Death Metal y fieles emisarios del patas de cabra, quien seguramente se siente muy orgulloso de lo lejos que han llegado sus retoños.